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martes, 24 de agosto de 2010

Es cruel y es mucha

Siempre me llamó la atención la capacidad del ser humano para obtener rápidamente un objeto de odio y demostrar hostilidad. Desde la mas tierna niñez uno anda a los mamporros con sus pares y es luego la sociedad y la escuela la que lo van moldeando para ubicarlo en tiempo y espacio y permitir una vida así entre pares.

Cuando mi viejo me llevó por primera vez a la cancha tardé mucho en darme cuenta quienes eran esos señores que estaban colgado arriba de un caño de espaldas a la cancha. Cuando me explicaron fui viendo la realidad, tampoco nunca entendí como se podía agredir o incluso matar a otro por amar otros colores, la irracionalidad absoluta.

Ese monstruo fue creciendo, las barras y el aguante son algo que los argentinos cargamos a cuestas desde antes de nacer incluso. Aceptamos el famoso "folclore" que incluye xenofobia y discriminación. Incluso nos parece lógico no andar con la camiseta de Boca por Nuñez ni con la de San Lorenzo en Parque Patricios, lo sabemos todos, lo aceptamos, somos cómplices.

Pero en la actualidad la cosa va mucho mas allá, ahora los muchachos esos que hace 20 años veía en el para avalanchas no se pelean contra el clásico rival, no. Eso ya no importa, ahora se pelean entre ellos para ver quien se queda con la porción mas grande de la torta. Ya no importa el resultado del equipo, el juego ni los colores, solo importa el dinero. Los barras se han convertido en empresarios de la violencia y administran su negocio de muerte, miedo y apoyo político.

Hay casos extremadamente llamativos, como que el jefe de la barra de Independiente es en realidad simpatizante de Boca. Otro caso increíble es la barra de Chicago que está dividida en 4 (si cuatro) facciones ¿como puede ser? ¿no son todos de Chicago? Es la pregunta obvia, lógica y natural que se haría cualquiera. Ya no importa si son de Chicago, lo que importa es quien corta el bacalao, quien se queda con el negocio que son hoy las barra bravas del fútbol argentino. Todo esto en perfecta complicidad de los dirigentes de los clubes y de los políticos que los utilizan como fuerza de choque. En medio de esto estamos los pobres que soñamos ir a la cancha con nuestro hijo a disfrutar de un partido de fútbol.

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